DECLARACIÓN DE AMOR APASIONADO, INFINITO E INCONDICIONAL… POR EL MATABURROS
Estoy leyendo en este momento el novísimo libro de Juan Gossain Las palabras más bellas y otros relatos sobre el lenguaje. No lo he terminado aún, pero si tengo la fortuna de que su autor lea mi humilde blog, se enterará de cuán grande es mi agradecimiento por informarme(nos) de la hermosísima y autoexplicativa palabra mataburros, con la cual nuestros compatriotas de la costa Atlántica designan sabiamente al diccionario.
En oportunidad anterior ya había manifestado yo mis sentimientos por ese que llamé el libro de los libros en El diccionario: guardián de sabiduría. Sin embargo, en ese artículo, más que declararle mi amor, más bien se infiere el sentimiento que me despierta, el lugar privilegiado que ha ocupado en mi vida, mi gratitud inconmensurable por haber abierto y seguir abriendo generosamente sus páginas sin egoísmo ni recelo ante mis múltiples (y hasta tediosas y repetitivas) consultas diarias.
Pero esta vez, ante el descubrimiento (para mí) de la palabra mataburros, se trata de una necesidad vital, primigenia y hasta fundamentalista de declararle mi amor apasionado, ilimitado e incondicional.
¿Y cómo no he de amarlo apasionadamente, cuando he bebido en sus fuentes casi, casi desde la cuna, con ese sentimiento de respeto acariciador, aterciopelado y reverente que aprendí de padre y madre desde el día – ya muy lejano—en que fui presentada ante él? Digo que fui presentada ante él, no él ante mí, porque lógicamente a la tierna edad de cuatro años (y a la menos tierna edad de ahora), he sido siempre yo quien solicita con respeto la gracia y el privilegio de abrirlo y consultarlo.
Sospecharán ustedes, amigos lectores, que no hablo de ningún diccionario en particular, sino de todos en general, porque los que nos dedicamos a las palabras sentimos un placer rayano en el éxtasis al encontrar un arcaísmo, un neologismo de buena estirpe, o la etimología –hasta entonces desconocida – de una palabra.
Ellas (las palabras) son esquivas. Llegan como un “grito de luz[1]” a nuestros ojos, en medio de una página. Inquirimos su origen, su actual significado, sus significados anteriores, cómo se traducen a tal o cual lengua; tratamos de retenerlas… pero a veces son como un amante desagradecido… a veces las necesitamos en un momento de urgencia… pero no llegan. Y nos toca empezar de nuevo el ciclo hasta que –si tenemos suerte—logramos que se queden a vivir en la memoria..
Algunas tienen texturas como de frutas. Algunas cambian de significado. Algunas se vuelven duras en tiempos de dictadura. Otras se tornan turgentes en épocas de libertad y creación. Las hay que desaparecen por un tiempo… o para siempre. Las hay que resurgen con otro ropaje. Unas se estiran, otras se encogen. Unas vuelan. Otras son terrestres. Y hasta las hay anfibias.
Se van, vienen. Se mojan, se secan. ¡Ah… las palabras! Se dicen y se van. Parece que se perdieran con el tiempo, pero quedan. Tienen poder, mucho poder. Como dice Hannes Mäder[2]: «Todo el que pretende imponerle su dominio al hombre empieza por apoderarse de su lenguaje».
Y no es que los diccionarios no tengan errores — y hasta guachadas[3]— y metidas de pata, como la que señala el mismo Juan Gossain: para definir la palabra “virgulilla”, el DLE usa la palabra “rasguillo”, pero al buscar la palabra “rasguillo”, dice que no está registrada en el diccionario. ¿Entonces… en qué quedamos?
También debo confesar que hay diccionarios perfectamente inútiles, como la mayoría de los de sinónimos: listas y listas de palabras que el pobre incauto que las lee cree que puede usar indistintamente, pero a la hora de la verdad se da cuenta de que no: de que los pretendidos sinónimos no lo son tanto, por aquello de la denotación y la connotación.
Mi muy viejo (de tanto leerlo) y acariciado ejemplar de Platero y yo, y el libro de Juan Gossain, al que hago mención en este artículo.
Pero aún así, o tal vez por eso mismo, el mataburros (siempre que no mate borricos de la gracia y ternura de Platero y yo), innegablemente extermina la molicie, acicatea la curiosidad, y estimula la creatividad. Es un eficacísimo tónico para el intelecto, y un patrimonio con el que deseo que me entierren.
[1]“Grito de luz” expresión que usa Juan Ramón Jiménez en su libro Platero y yo.
[2] Citado por Juan Gossain en el mismo libro mencionado.
[3] “Las guachadas del diccionario“. Artículo de Daniel Samper Pizano, publicado en su columna “Postre de notas”, periódico El Tiempo. Herederos de Cervantes no dispone de la fecha de publicación. Las guachadas a las que se refiere el autor son todas del DLE.
MINUCIAS
Aguacate no viene de agua, sino de la voz náhuatl ahuacatl, que significa testículo, debido a su forma.
(Tomado de “La fuerza de las palabras”, Selecciones del Reader’s Digest, 1985).
SABIDURÍA DE SANCHO PANZA
Si al palomar no le falta cebo, no le faltarán palomas.
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¡Bravo, bravisimo! Que bueno es leer su pasión por las palabras, las cuales nos abren ventanas para ver el mundo/la vida de una manera nueva y que une al lector a el autor que las desempolva. Aplaudo con gran alegría que alguien comparta mi interés por descubrir nuevos mundos con tan solo una palabra. Esta vez es el concepto del ¡MATABURRO! 👏👏👏👏👏👏👏👏
Gracias, lectora.¡Qué bueno es saber que hay personas que también se emocionan, como yo, con las palabras!
Como siempre un maravilloso y enriquecedor artículo, felicitaciones, lamento no haber leído algunos de los anteriores , pues por no hacerlo de inmediato lo olvide.
Con cariño y admiración
Me alegra saber que enriquece su vida aunque sea un poquitico.
Hermoso artículo, inspirador y sacudidor, motiva, empuja a amar y reverenciar al Señor Diccionario. Gracias.
Gracias por el comentario. Entonces cumplí mi cometido: motivar a reverenciar el diccionario.
Qué bueno es saber que aún quedan personas que se interesan por las palabras, por aprenderlas, por disfrutarlas y tocarlas. Eso es lo que nos falta en el sistema educativo de todos nuestros países.
¡Aunque con tanto icono para expresar emociones (emoticón) las palabras parecen estar acabándose en muchos idiomas y en muchas cabezas!
Qué bueno es saber que aún quedan personas que se interesan por las palabras, por aprenderlas, por disfrutarlas y tocarlas. Eso es lo que nos falta en el sistema educativo de todos nuestros países.
Platero y yo es uno de mis libros favoritos por la sencilla y poética prosa del autor. Por algo le concedieron el Nobel de literatura. Qué bueno que lo trajo a colación tratándose de un tema tan importante como el de las palabras.
Usted lo ha dicho muy acertadamente: es una prosa hermosa, sencilla y tierna sin ser sensiblera.
Compartimos una pasión por el mismo libro, que es el que abre las puertas para todo lo demás. Y lo mejor es que nunca nos dice: “Su contraseña es incorrecta”.
Ja ja, muy gracioso. Así es: es un amigo fiel: fidelísimo.
Muchas gracias por poner de presente la importancia de usar el diccionario como parte rutinaria de nuestra vida.
Gracias a usted.
Quise leer su artículo de un solo tirón, pero tuve que ir al mataburros varias veces para buscar palabras desconocidas: molicie, acicatear, turgente, rayano (entre otras). Por lo menos me di cuenta de que me falta ser más amiga del mataburros de lo que yo creía. Gracias por hacérmelo caer en la cuenta.
Pues la felicito, ya que de eso se trata. Siga consultando el mataburros.
Siento que las palabras están disminuyendo por culpa de la banalidad, del acelere, de la tecnología que nos globaliza y nos separa. Ahora todo son emoticones. Impera la rapidez, la expresión “concentrada”; se ha perdido la capacidad de razonar abstractamente. ¿Qué podríamos hacer para que se consulte más el mataburros?
No sé qué podríamos hacer, pero se me ocurren algunas cosas: 1. Eliminar la televisión. 2. Eliminar el celular. 3. Eliminar Google. ¿Será posible todo eso? ¡Oh, tiempos aquellos en que se leía!
Exquisito artículo. Pero la duda me queda: ¿Por qué “burros”? ¿Por qué vinculamos la ignorancia o estupidez con los burros? Son animales muy inteligentes.
Estimado Tomás: sí, yo también he sentido lo mismo. Créame que me queda un cierto remordimiento (no muy pequeño). Me encanta que lo haya traído a colación. Traté de resarcirme un poco hablando de Platero, ese borrico tan precioso que muchos leímos en los años colegiales, y seguimos leyendo actualmente. Muchas, muchas gracias por su acertadísimo comentario. ¡Que nos perdonen los borricos!
Gracias Yilda por su hermoso artículo, parece una poesía en honor a nuestro fiel compañero que siempre nos saca de cualquier apuro. Muy chistoso el nombre de mataburros.
Gracias a usted. A mí me gusta el nombre de “mataburros”, pero al mismo tiempo me siento culpable, pues los burros son animales muy inteligentes y nobles. Lo de que son “burros” no es más que mala fama.